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Algo de su nombre se impregna entre su gente y sus calles. Algún patio deja dilucidar sus plantas, saltar detrás de una bici que quedó pinchada y sirvió de puntal para los tomates del verano. Finales de obras, lonas de pelopincho reparando la mirada de los transeúntes. Ahí se ve el sol del otoño que pasa entre la brillante humedad de la mañana. Bocas de salamandras y perros a lo loco. Lo improvisado, lo accidental, sellando lo de todos los días. El arquetipo de una fuerza natural hecha a mano.

Barrio El Rincón

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