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Entrevista a Nilda Barragán

La Vía Láctea

 


Son muchos los vecinos de Arturo Seguí y El Rincón que crecieron tomando una leche espumosa y cremosa, recién ordeñada. Como Nilda Barragán, quien desde sus 9 años hasta los 20 ordeñó vacas –“puras, de las mejores”, dice-, en la mítica “Estancia El Rincón” que entonces pertenecía a la familia Saint. Nilda se levantaba a las 2 de la mañana, ordeñaba junto a sus papás y a su hermana y, con ella, partían al alba y en sulky a la escuela Nº 32 de Seguí. Al terminar las clases al mediodía, volvían a ordeñar otra vez. 
Nilda nació en 1938 en Cañuelas. Hija de Floreano Andrés y Cristina Juana, hoy, con 78 años, dos hijos y ocho nietos, nos cuenta que había un trencito que pasaba por el interior de la vieja estancia y llevaba la leche en tarros hasta los camiones que, en recipientes térmicos la transportaban a Buenos Aires donde se convertiría en los conocidos chocolates “Águila” o en los helados “Laponia”. Ahora junto a un grupo de niños en el taller de Los Teros, en la Biblioteca “De la Vieja Estación Mafalda y Libertad”, Nilda recuerda que bautizaban a las vacas con nombres de flores y que tuvo una infancia muy feliz.
Thiago le pregunta: -¿Cómo se hace la manteca?
Nilda contesta: -Agarrás la leche: la dejás de un día para el otro en un lugar frío, le sacás la parte de arriba, la ponés en una botella, le echás sal, sacudís… ¡Y en un ratito nomás te comés una manteca casera deliciosa! Así la hacíamos en mi casa, ¿eh? Era  una leche pura. Riquísima. La que comprás en el mercado es otra cosa. Con esa leche no podés hacer manteca. Ni lograr esa crema. Es como una grasa. Una crema, más bien diría. Le decíamos “leche gorda”.  La sacábamos con un cucharón. Por eso, para hacer manteca necesitás mucha leche. Porque  sólo va a servir lo de arriba. Lo de abajo, te lo tomás. 
Un vecino nos comentó que su tío ponía la leche en un balde y lo enganchaba con cuidado al molino. En días de viento, la manteca se hacía rapidísimo. Nilda se ríe y asiente. Los chicos le preguntan si a las vacas hay que atarles las patas durante el ordeñe. Nilda explica:
-Las maniatábamos, sí, atándoles las patas.  Para empezar, me echaba un chorrito de leche en las manos para que se deslicen suaves en las ubres de la vaca: la leche baja más rápido. Teníamos coladores por las dudas porque jamás se nos ensuciaba. Entre mis papás y mi hermana, ordeñábamos 30 vacas a la mañana y otra vuelta a la tarde. Teníamos baldes de hierro, pesadísimos, de 20 litros. Llenaríamos unos 30 por día. Las ordeñábamos en el galpón y antes de ir a la escuela dejábamos todo limpito. Cuando venía una visita, el señor Saint -¡tan buen mozo era!-, lo traía a casa.  Estaba orgulloso de cómo teníamos todo tan prolijo. Mis padres eran muy trabajadores y nos enseñaron la alegría por el trabajo. Mi infancia fue hermosa. No nos faltaba nada. Para comer teníamos dos chanchos por año, que mi papá preparaba para fin de año; mi mamá tenía sus gallinas con sus huevos de granja, su huerta con verduras… un lujo. Éramos ricos siendo pobres. 
Nilda cursó la escuela primaria trabajando, entre una tanda de ordeñe y otra. Ahora recuerda con cariño a sus maestras Raquel, Eva, Rosita...
-¿Y las vacas? ¿Tenían nombre?, pregunta Luciana.
-¡Claro! Cuando llegaba una nueva, enseguida corríamos a buscarle un nombre. Los Saint te obligaban a tener el nombre de cada una porque venían los controladores de Buenos Aires, todos los meses, a ver si llegaban realmente los litros de leche que salían del tambo. Esa fábrica era inmensa. Había cinco tambos que la abastecían: uno era de mi papá y otro de mi tío. Nosotros sabíamos que en esa época los Saint eran las personas más ricas de Argentina. No hablábamos mucho con el señor Saint: hablaba en francés. Se casó con una señora de apellido Bullrich. Pero cada uno vivía en su chalet y tenía su auto, que en aquella época era excepcional. 
-Y la vaca que estás ordeñando en “La Chacra”, ¿cómo se llamaba?
-Era tan buenita que le pusimos Mariposa. Les poníamos nombres de flores –Clavel, Rosa, Margarita…-, por si venía alguna mujer… que no se sintiera identificada. 
Santiago dice que su abuelo vivió años en El Rincón y su bisabuelo le enseñó a ordeñar. Morena pregunta: -¿Eran distintas las vacas de antes? 
Nilda explica que había distintos tipos pero “quien no las conoce, las ve iguales. Las vacas de antes son las mismas. Lo que no es igual es el alimento. Antes comían pasto y silo. Ahora algunas comen un alimento balanceado, como los perros”.
Nilda nos muestra una foto pequeña en blanco y negro. Y dice: “Esta foto tiene 74 años. Cuatro añitos tengo acá. Creo que cuando aprendí a caminar ya sabía andar a caballo”. 
En otra foto, Nilda aparece arriba del trencito que había dentro de La Estancia El Rincón. Dice Nilda: “Teníamos unos piletones de agua fría donde íbamos poniendo los tarros de leche que luego se subían al trencito interno que conducía nuestro vecino Arturo Rizzo y de ahí pasaban a esos envases térmicos para que la leche no se cortara”. 
-Y el tren que paraba en la estación Arturo Seguí, ¿paraba en los tambos?
-No, ese tren era otro. En esos trenes vino toda la gente que pobló Seguí. Que cansados de vivir hacinados en Avellaneda, vieron en esta tierra un paraíso. Venían italianos como los Guastella, los Alessi y tantos. Primero se compraron un terrenito. Y después se quedaron. Acá había trabajo. Yo después que la viuda de Saint vendió la Estancia porque parece que él tenía una hija en Francia que reclamó la venta, nos quedamos sin casa y nos vinimos a Seguí. Enseguida empecé a trabajar en la fábrica CorchoFlex, donde hacíamos juntas para motores de autos, camiones, todo. Ahí, ayudándome a estacionar la Siambretta hermosa que me había comprado con mi sueldo, conocí a Perico, mi querido marido. Veinticinco años trabajé sin que importara que lloviera o tronara. Una vez hasta a caballo llegué. Desde ese día me pusieron La Paisana. Cuidé a Perico hasta sus últimos días. Nos gustaba mucho sentarnos a tomar mate debajo de aquel árbol, que vendimos y ya es parte del terreno de mi vecina…
Antonio dice una adivinanza: -¿Cómo se puede agarrar el viento?
Diez opciones. Nadie adivina. La respuesta quedará para el próximo miércoles. Comemos una torta deliciosa que hizo Luciana. Nilda dice que va a venir más seguido a Los Teros. Facundo anuncia que se va. Nilda le pregunta si tiene una luz destellante para andar en bici. Nos despedimos. En auto, acercamos a Nilda unas pocas hasta su casa. Nilda saluda y antes de entrar a su casa, vuelve y dice:
-No voy a poder dormir esta noche. No me dijeron la respuesta de la adivinanza.
 Antonio se acerca y le dice la respuesta. Al oído.

Pura Vida

Taller de Memoria y Reflexión para adultos

 

Todos los martes a las 10 de la mañana un grupo de jubilados se reúnen a pensar, jugar y recordar en la casita azul, el ex centro de Pami de Arturo Seguí. “Es un trabajo alentador. Que da aliento. Compartir esta experiencia nos da vida a todos los que somos parte de ella”, dice Julia Fila, psicóloga y coordinadora de este tipo de talleres en Seguí y Villa Elisa, que nacieron hace casi 5 años a partir de la propuesta del Centro de Adultos Mayores de la Facultad de Periodismo de la Universidad de La Plata, de la cátedra del profesor Frávega que integra nuestra vecina y docente de esa materia: Roberta Valdés.

 

El silencio ayuda. Están muy concentradas escribiendo con la mano izquierda, ellas, que son diestras. “Trabajamos la estimulación cognitiva con juegos y cálculos matemáticos. O trabajamos la ortografía, la narración o el pulso al dibujar, escribir o proponerles que cuenten algo especial. El otro día contaron historias a partir de un vestido. Tenían que pensar en una prenda y contar cuándo la habían usado, cómo era, qué pasó en el momento que la usaron…”.

Nilda Barragán empezó a ir al taller hace cuatro años cuando se juntaban a armar la historia del pueblo a partir de relatos y fotos. No hay martes que se lo pierda. “Me pone muy contenta venir. Lo disfruto. Me hace pensar, recordar las cosas hermosas que he vivido con mi familia, con mis buenos amigos… Todos están aquí conmigo cuando tengo que pensar en mi vida”, dice con emoción.

Julia reparte unas plasticolas de colores para que sigan escribiendo con la mano izquierda. Les pide que lo intenten. Que con colores la vida se ve más linda.

-Dale –dice Lula, otra de las vecinas que nunca falta-. Engrupime que me gusta.

Con Julia empezaron a trabajar en octubre del 2016 y están felices. Dice Julia: “No hacemos terapia grupal pero es cierto que reírse, disfrutar una actividad y hasta poder compartir una charla –saber escuchar al otro y hacerse oír-, es terapéutico”. Son las doce del mediodía. Dan la última vuelta de cartas donde hay que adivinar una palabra a partir de otras palabras-pista. Algunas se quedan y otras se despiden para ir a comprar el pan y demás yerbas. Hasta el martes que viene, dicen todas. Hasta el martes…

La dirección del taller: calle 418 entre diagonal 145 y calle 147.

Chica de tapa

Nilda tenía 15 años cuando viajó hasta la Exposición Rural de Buenos Aires del año 1959 para que la fotografiaran ordeñando a Mariposa. “Me tuve que poner las botitas, atarme mi banquito a la cola, como se hacía para moverse sin tener que dejar de ordeñar, y posar para la foto”, cuenta divertida Nilda que tiene una copia color de la revista en la cocina de su casa. Ese día le preguntaron a mi papá: “¿Quién ordeña esta vaca?”, y él contestó: “Mi hija, la menor”. ¡Y allí me fui!

Facundo, el fotógrafo, dice:-¡Qué bueno el banquito para el colectivo!

Nilda le contesta rápido:- ¡Lo tendría que haber conservado!

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