Don Manuel
Historia de un viaje
Cruzar el mar
Don Manuel nació el 16 de febrero de 1917, en Portugal, en Loulé, un pueblo de la provincia del Algarve, a 6 kilómetros del mar, cerca de Faro, la capital provincial. “Era un pueblo como Villa Elisa pero ahora es una ciudad”. Él nació cerca de allí, en el campo, en Vale Judeu. Según dice Manuel: “Portugal tiene de un lado a España, del otro mare, del otro mare y del otro también mare”. El Algarve está en el sur portugués y linda con el Mar Mediterráneo y también con el océano Atlántico. ¿Será ese horizonte infinito de agua quien habrá inspirado a tantos vecinos de Villa Elisa a cruzarlo, a transponer el agua para llegar a América?
Manuel, en 1939, lo cruzó en barco y llegó a Brasil, a San Pablo.Dice que no vino directo a la Argentina porque “no había inmigración”. Efectivamente, las políticas migratorias de Argentina en el período 1930-1945 eran restrictivas y no “de puertas abiertas” como en años anteriores. Manuel, como como muchos otros en esos años, ingresó por la frontera, desde Brasil.
-¿Por qué vino, Manuel?, le preguntamos.
-Hambre no pasábamos porque comíamos lo que cosechábamos, lo que producíamos. Mi papá tenía unas “propiedacitas” y tenía unos terrenos alquilados con agua, regadíos. Yo trabajaba mucho y teníamos campos donde plantábamos nuestras batatas, papas; había repollo, poroto, cebolla… ¡trigo! …tantas cosas. Íbamos a vender al pueblo. Pero la plata no estaba, no alcanzaba para nada. No había futuro.
En Loulé, Manuel fue a la escuela.Cuenta que la profesora vivía en el colegio, que “era separada del marido”, y era una señora ya grande. Que en las vacaciones lo llevaba a él a su casa en el pueblo para prepararlo para rendir el examen de la “cuarta clase”.
“Hasta cuarto grado de la primaria llegué, pero no sé si será el exacto equivalente del cuarto grado de acá: muy bien me iba”, dice acodado en la mesa de su casa de dos plantas en Villa Elisa, rodeado de un parque amplio y algunas vidrieras donde trabajó más de cincuenta años cultivando flores.
También en Portugal había un tendedero que quería emplear a Manuel en su negocio, pero él no se decidía. Pensaba en su hermano José, el mayor de los seis, que ya se había hecho la América y aunque primero había ido a Bolivia, ya estaba en Argentina, en Villa Elisa, con un tío trabajando como floricultores. Lo invitaba a unirse a su aventura transoceánica.
Fue así que Manuel zarpó de su patria a los 22 años, el mismo año que comenzó la Segunda Guerra Mundial. Después de varios días, llegó a una de las capitales brasileras donde trabajó por seis meses como peón de albañil boleando ladrillos. Era un trabajo duro, que no le gustaba, que le dejaba los dedos “en sangre”.
Cruzar la frontera
Manuel cuenta el episodio de su vida que continúa con muchos detalles, como si hubiera ocurrido ayer: “Éramos cuatro portugueses y un día decidimos pasarnos a Argentina por Uruguayana. Por contrabando, sin documentos. Llegamos a Río Grande do Sul, a Santa María y en Santa María cambiamos de tren a Uruguayana pero ahí nos agarró la policía. Parece que sabían. Nos preguntó:
-¿Qué los trae por acá?
-Buscando trabajo –contestamos.
Entonces la policía nos sacó el pasaporte y contestó:
-Muy bien. En cuanto tengan trabajo, vengan a buscar el pasaporte.
Les habíamos mentidu: sólo queríamos cruzar el río.
Yo tenía unos pesitos que mi hermano me había mandado de acá. Estuvimos en un hotel dos días, en Uruguayana. Y después fuimos a mentirle a la policía, a decir que teníamos trabajo en un hotel del cual yo tenía la dirección.”
Manuel golpea su bastón para marcar el ritmo de la odisea que significó el cruce del río Uruguay que, a esa altura, divide Brasil de Argentina: “Habíamos conseguido que alguien dijera que pensaba contratarnos, así que teníamos los pasaportes y habíamos pagado un dinero, porque todavía había un poquito de plata, para que un hombre nos cruzara en una lancha. Recuerdo que era la una de la madrugada e íbamos por el ríu. Y en la costa argentina, vemus como unos encendedores que se prendían y se apagaban: era un señor que estaba esperando y guiando la lancha, y que luego nos iba a llevar a la estación. Pero faltaba mucho para llegar y la policía se dio cuenta y empezó a los tiros. El de la lancha nos arrimó a la orilla enseguida y nos hizo bajar. Ahí nomás. Y se fue, en medio de los tiros. Quedamos perdidos. Corríamos sin saber dónde estábamos. Eran campos de arroz. Mucha agua. Tiré mi maleta llena de ropa y quedé con lo puesto y las cosas que podía guardar en los bolsillos. Anduvimos ahí, ya eran las dos de la mañana. Sentimos ladrar perros, nada más. Y oscuridad. No había luz eléctrica. De pronto, en ese no ver nada, vemos una viecitaangostita. Entre nosotros pensamos que esa viecita tenía que llegar a la estación. Y seguro: era una vía del ferrocarril donde los vagones iban a buscar el arroz y lo llevaban a la estación. La seguimos unas dos o tres cuadras y vimos una luz que caminaba. Era un señor empleado del ferrocarril que estaba en el andén con un farol e iba y venía. Esa viecita nos llevó hasta la estación del pueblo de Santo Tomé, Corrientes. Ya estábamos en Argentina”.
Los ojos de Manuel se humedecen pero no cortan el relato: “No éramos los primeros en hacer este camino, de seguro. Ese empleado se dio cuenta, y fue muy amable. Nos avisó que a las cuatro de la mañana pasaba el tren que iba a Buenos Aires. Nos hizo entrar a un lugar para esperar, y quince minutos antes de la llegada del tren nos vino a avisar, le dimos el dinero y nos compró los pasajes”.
Pensaban ir desde Santo Tomé directo a Retiro, pero en el tren entablaron conversación con “un paisano” (un brasilero) que en su idioma les contó que había escuchado un tiroteo esa madrugada y que no tenía dudas de que se trataba de la “policía aduanera brasilera”; y les recomendó no llegar directamente a Retiro. “Era mejur bajar en Chacarita y ahí quedamos dos noites y luego tomamos un tren locale y pasamos más desapercibidos al llegar a Retiro de esta manera. Fue muy bueno ese hombre con nosotros. Creo que nos dijo bien las cosas como eran”.
Cuando bajaron en Retiro no había taxis ni remises sino un mateo y un portugués que guiaba los caballos. “Nos llevó a una agencia de pasajes que también era de un paisano nuestro. Como en ese tiempo no había teléfono en Villa Elisa, yo le escribí una carta a mi hermano José desde Buenos Aires para avisarle que íbamos a llegar, y él me fue a buscar a la estación”.
María, mi doncella
Cuando llegó a Villa Elisa, “todo eran lotes de 8 hectáreas”. La avenida Arana era una calle que en un tramo de 5 kilómetros, aproximadamente, tenía banquinas con pasto y había un señor que lo cuidaba. Dice que Leonardo Campodónico quedó en lugar del padre y que fue él quien le enseñó a trabajar en la electricidad. Pero antes, su primer trabajo fue juntar leña de poda de durazno e hizo almácigos de lechuga. “Después fui a trabajar con Silvestre, un portugués casado con una Miglio, una muchacha de una familia muy tradicional de la zona”, dice y recuerda que estuvo “cinco años sin documentos”.
“Vine a la Argentina a cultivar flores: margaritas, crisantemos, san vicentes, alelíes. Hasta los 80 años, trabajé todavía en las vidrieras. Ahora es con nylon, antes todo de vidrio. Era todo trabajo, no había tractor, nada. Todos los años había que cambiar los vidrios”.
“Hasta los 30 años sólo trabajaba”. En el ’47 volvió por primera vez a Portugal, en barco. A lo largo de su vida, pudo ir y volver cerca de diez veces, y llevar a su familia a conocer su tierra natal. “Me casé con María una chica sin padre ni madre, pero tenía mucha plata, eso me ayudó mucho”. Hace catorce años que enviudó.
De memoria, recita un largo poema que Manuel compuso en homenaje a María. Dice: “Me casé con una doncella” que fue la “criatura más bella”, “la flor de mi edad” y recuerdo “cuánto viví con ela”.
Su familia
Su papá trabajó en la fábrica de ladrillos Tibor, en Villa Elisa. Y también le contaba que cosechaba maíz. Vino en 1910 al país pero se volvió a Portugal en 1914 y ya nunca regresó. “Mi papá sembraba trigo, un terreno redondo. Tenía 3 o 4 animales pisando ahí, la paja quedaba toda finita.”
Manuel tenía 5 hermanos: 3 varones y 2 mujeres. Una hermana falleció a los 45 años: Emilia, que había nacido en 1908. José, el mayor, nació en 1906 y falleció, según precisa Manuel, “el día que mataron a (José Ignacio) Rucci”, secretario de la CGT, hasta el día que lo asesinaron, el 25 de septiembre de 1973. Dos días antes, Juan Domingo Perón había ganado las elecciones con más del sesenta por ciento de los votos.
-¿Lo mataron por algún problema político?
No. Manuel cuenta que ese día no había nadie en la calle y José salió, como todas las mañanas, en bicicleta, a comprar facturas a la panadería “la Lusitana”, donde actualmente se encuentra: en el Camino General Belgrano y 411. Un camión hizo marcha atrás, no lo vio, y lo mató.
Manuel nació en 1917. Más tarde nació Joaquín que vino a la Argentina después de Manuel. “Gloria y Juan no salieron nunca de Portugal. Juan vivió enfermo de una úlcera, desde los 14 años, y no se quería operar de una hernia que tenía”.
Con María, formó su familia. “Tengo dos hijos, Armando y Rubén, los dos ingenieros”. Y cuatro nietos, que lo acompañan en la fotografía.