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Silvia Bravo​

Silvia Bravo fue nuestra primera entrevistada. Esa semana le habían dado un premio-reconocimiento, en La Plata junto a otras setenta mujeres de toda la provincia de Buenos Aires, por su trabajo voluntario y solidario con su comunidad, Arturo Seguí, desde hace más de medio siglo. A la mañana se había cortado la energía eléctrica y como aún estábamos en invierno la luz se fue yendo y, con sus palabras, creció un clima de profunda intimidad. Aquí, un fragmento de la entrevista:

-Silvia, ¿te podrías presentar en pocas palabras?

S: -Sí. Soy Silvia Bravo, una vecina de Arturo Seguí que vive aquí hace más de 50 años… Tengo 73 y vine a los 15.

 -¿Cómo era Seguí cuando llegaste?

S:- Andaba El Provincial, un tren de trocha angosta, con una locomotora a carbón y había dos guardas vecinos. Quienes trabajábamos o estudiaban entre La Plata y Avellaneda, lo usábamos todos los días. El periplo llevaba cerca de una hora y media y siempre estaba salpicado de accidentes… Solía pasar que se desenganchaban entre sí los vagones. Entonces alguien empezaba a gritar y el guarda pitaba para que el maquinista se diera cuenta. ¡Una locura! Así y todo era el medio más seguro para salir de Seguí: imagínense. El resto era una incertidumbre mayor. Don Pedro Dobler había arreglado un colectivo viejo, la Chanchita, que nos acercaba hasta el Camino Gral. Belgrano… pero no siempre andaba. Y nosotros en esa época teníamos que marcar tarjeta en los trabajos. Si llegabas tarde muchas veces, primero te suspendían y después te echaban. Así que la otra que nos quedaba era ir caminado hasta Arana y Belgrano y era tan cenagoso…

-¿Cómo era la atención de la salud en Arturo Seguí?

Silvia: -Les diré que nuestra salita nos ha salvado la vida. Siempre estuvo abierta para todos los vecinos.

-¿No había que ser socio?

S: -No. Siempre atendió a todos los vecinos. Antes teníamos ambulancia y médico las 24 horas. Ahora no. Estamos en la localidad platense más lejana al hospital de Gonnet, el más cercano. Esos médicos que teníamos eran padres de la patria: atendían a todos, niños, grandes, en la sala, a domicilio. Alvaro Cortés, uno de los primeros pediatras que tuvimos: ¡excelente! Y Angelita Morales, la primera enfermera: ¡salía en sulky! Iba a poner inyecciones, hacía curaciones y como no teníamos luz en las casas ni en la calle porque la luz llegó muy tarde por acá, cada dos por tres el sulky de Angelita se caía en la zanja, tan oscuro estaba. A veces, el comisario la acompañaba con un farol.

-La luz llegó después de 1960, ¿y el primer teléfono?

S:- Si había alguien que sabíamos que tenía teléfono ése era el Cholo, (del almacén Carlitos). Si había que llamar al médico o algo urgente, le pedíamos y él llamaba. Y si teníamos que internarnos, él nos llevaba, a la hora que fuera. Tenía un Ford Falcon Naranja y ahí partía, a la clínica Meneses, sobre todo, que era lo más cerca. Era una casa enorme y atendía el doctor Toribio y una enfermera.

-¿Cuántos hijos tiene?

S:- Tres. El más grande de 44 años, otro de 36 y el más chico de 32.

- ¿Cuál fue el primero en irse de su casa?

S:- El más grande. Se fue a vivir a Estados Unidos y después se fue el más chico, Mauricio. Vivió allá once años. Pero volvió y desde hace unos años, vive conmigo y da clases de inglés.

-¿Nos contás algo de tu infancia?

S: -Nací en Chile, bien al sur, en el pueblo de los Ángeles, en la montaña, y recuerdo que había unas cataratas muy altas. Después mi papi se fue mudando más al norte, hacia la capital de Santiago. Mi mamá nos había dejado y mis tíos se ocuparon de mí y de mi hermana desde muy niñas. Luego mi hermana se vino a vivir acá y más tarde yo viajé sola en avión, a los quince años, para reencontrarme con ella. Recuerdo del viaje de avión es que yo me negaba a comer lo que ofrecían hasta que una azafata me aclaró que la comida no había que pagarla.

Los Pitufos vs. El Dragón

Silvia recuerda el nombre de todas las mujeres con las que hicieron tareas comunitarias en favor del pueblo. No olvida a ninguna. Y por eso recuerda como un hito en la vida de Seguí, la época en que conformaron una junta vecinal, con quienes además de concretar obras en la escuela, en la Sociedad de Fomento y en el predio deportivo -en donde no había sólo fútbol, al comienzo, y en donde se logró ese camino interno para quienes salen de la escuela a pie puedan atravesar la plaza sin cruzar la calle-, organizaron una fiesta de carnaval en la que todo el pueblo se disfrazó.

-¿Cómo es eso de que un pueblo se disfraza?, le preguntamos.

Silvia: -Eran los juegos barriales organizados por la municipalidad con competencias en zancos, carreras de postas y hasta había que preparar una canción. Aprovechamos para dividir al pueblo en dos y competir. La vía era el límite para participar de un bando o de otro. Pero realmente era un juego. No queríamos que nadie perdiera. En secreto nos reuníamos a la noche, en la casa de una vecina, para fortalecer las ideas de un grupo o de otro. Una de las prendas era lograr un disfraz colectivo. Unos se disfrazaron de Papá Pitufo, todo hecho con materiales azules, y el otro grupo de un dragón, armado con una estructura fenomenal tapada por unos cubrecamas de color rojo. Y los vecinos abajo de esa especie de miriñaque, le dimos vida a esos enormes personajes. Inolvidables para todos.

Silvia Bravo
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