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Yuyos nativos ​

Son más de veinte personas que caminan con una libreta en la mano, algunas escriben datos precisos o dibujan hojas y flores, otros sacan fotos con sus cámaras o teléfonos celulares. Caminan por una callecita que bordea uno de los arroyos del Barrio El Rincón, a paso lento. Es una tarde de domingo y, como es a fines de septiembre, el taller parece que va a terminar sólo porque cae el sol, cuatro horas después de haber comenzado.

Lucio es quien dirige el taller de “Reconocimiento de plantas comestibles” y ha estudiado muchos años las características y propiedades de todas estas plantas que crecen de modo silvestre en el espacio donde vive. Se detiene en el llantén. Varios son los que quieren saber cómo reconocerlo, cómo comerlo o beberlo y para qué.

Lucio pide permiso y arranca una planta de llantén del camino. “Ahhhh, pero mirá vos si era ésa”, -exclama una señora-. El muchacho explica que el llantén sirve para muchas cosas pero es básicamente cicatrizante, antiinflamatorio y ayuda a mantener la asepsia. Cuando uno tiene una lastimadura, conviene hacer emplastos con sus hojas, es decir, mojarlas en agua caliente y colocarlas sobre la herida. También es útil hacer un té para aliviar bronquitis, catarros, úlceras y hemorroides.

Seguimos con la melisa o toronjil. Tiene una hoja mediana color verde claro, levemente dentada y algo áspera, con cierto olor a menta alimonada pero no tiene ninguna familiaridad con ella. Lucio afirma que tiene propiedades para aliviar dolores estomacales y estados de angustia, ansiedad y melancolía. Un tecito hecho con sus hojas frescas logra estabilizar la mente y reconfortar el alma.

Más adelante encontramos un pequeño arbusto con unas hojitas chiquitas. Lucio avisa que sabe tener una florcita blanca, en verano, que no es dulce ya que el dulce está en la hoja. Casi que no es dentada. Es la stevia, un endulzante natural, y su nombre científico es “rebaudiana”, originaria de Paraguay, donde la usaban los guaraníes tanto por su sabor como por su acción diurética, que ayuda a eliminar el líquido del cuerpo. Uno de los participantes, que es diabético, comenta que la usa normalmente en el mate y de paso dice que hizo una mermelada con flores de diente de león y jugo de naranja. Los demás se sorprenden.

Ahora todo lo que se pisa puede comerse: hay un caminito de tréboles. Todos pueden servirse en la mesa, salvo su amargo tallito: los trebóles blancos, los violetas (tienen una leve línea de ese color en la hoja) y los clásicos que tienen una florcita blanca, en primavera, que también se come. Se pueden preparar en tartas con otros vegetales o mezclar con huevo.

Días después visitamos a Lucio y a su familia en su casa del Rincón, con Marcos y Nahuel, del taller de Los Teros. Es otro domingo, lleno de sol. Lucio nos muestra la borraja, que baja la fiebre. Ahora está en flor: una flor lila, con los tallos llenos de pelitos. Más allá nos enseña un cardo inmenso que hemos visto en los alrededores de las viejas vías del FFCC en Arturo Seguí: el cardo Mariano. La hoja es verde y tiene como un borde de un verde más claro. Los botones florales son lilas intenso y cuando se secan, las semillas que quedan debajo de ese botón, sirven para un té que hace muy bien al hígado. “Primero se muelen las semillas y luego se hace el té”, explica Lucio.

Teníamos cierta ansiedad por saber todo junto y las primeras preguntas surgieron sin darle respiro al entrevistado:

-¿Siempre te gustaron las plantas? ¿Quiénes fueron tus maestros?

Lucio se pasa la mano por la frente llena de transpiración y sonríe:

-Siempre me gustaron las plantas –contesta-. Y mi primera maestra fue mi abuela materna: María Luisa. Yo la cargaba, le decía que ella iba a curar el cáncer con un tecito, porque ella arreglaba todo con té. Y al fin, parece que es así. Si uno empieza un camino de estar en contacto con los beneficios de las plantas del lugar donde vive, hay sustancias que tienen las plantas del lugar que pueden curarlo a uno de una dolencia tan grave como el cáncer. Pero hay que ser cauteloso. Y estudiar siempre.

Marcos descubre un tesoro. La casa de Lucio y su compañera Lucía es la sede del proyecto educativo “Embarriarte” y está hecha de barro y montones de botellas de vidrio y de plástico. “Ecoladrillos”, observa Nahuel y Lucio asiente. En la puerta hay una planta con una flor preciosa: la Pasionaria. Una flor rara. Marcos dice que a su mamá Carla le encantaría, porque ama su jardín. Lucio la corta y se la regala. Nahuel la fotografía desde arriba y de costado. El viernes todos los chicos de Los Teros podrán conocerla. Lucio dice que las hojas de esta planta son sedantes y provocan el sueño. “Justo para mi hermanita”, festeja Marcos y las guarda en un folio de su carpeta.

La visita termina con un montón de regalos. Los Lucios, como los llaman en el vecindario, nos comparten radichio, orégano con raíz para plantar en casa, semillas de col y otras plantitas que crecen en la huerta donde, en un sector, plantan y cosechan con los chicos del barrio. Nahuel apunta en su cuaderno que también enseñan guitarra y a bailar chacareras. Y para aliviar el calor, nos convidan un tereré. Nos vamos contentos. Felices, dice Nahuel. Más tarde, mamá Carla nos recibe con alegría y festeja la hermosura y exuberancia de una flor única.

Emanuel
Nahuel
Santiago
Marcos
Lucio
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